El alboroto resuena en al patio de la Escuela Taller Fátima. Los jóvenes de carpintería entran en tropel al aula donde participarán de un taller de comunicación popular con Carlos Muggeri, uno de los médicos del Centro de salud Troncos del Talar. Carlos es un tipo joven, piola y les sigue el juego. Vestido con su ambo azul oscuro, parado en silencio espera paciente que los chicos vayan ocupando un lugar.
El bullicio se va apagando, se convierte en murmullo y finalmente en un silencio que durará los minutos suficientes para arrancar el primero de lo que serán varios encuentros. Carlos les explica en qué consiste el taller y sin más preámbulo les propone un primer ejercicio. Les pide que salgan al patio y formen dos filas. El último de la fila verá una palabra y deberá dibujar la imagen que representa la palabra con el dedo en la espalda del compañero, y este al que le sigue y así sucesivamente.
Vuelve a subir el barullo, risas, cargadas. El ejercicio se torna competencia. El primero de la fila tiene que salir corriendo y dibujar en un papel lo que sintió que le dibujaban en la espalda. No pueden decir nada, pero alguno susurra con disimulo lo que debe dibujar y ya todo es risa. Hacen tres o cuatro vueltas con diferentes palabras y ya es suficiente. Carlos se ríe, les dice que están haciendo “truchadas” y los invita a volver al aula para revisar los resultados.
En la transmisión de información, alguno, en vez de dibujar una casa dibujó un saquito de té o algo similar. Algo se perdió en el camino, algo en el plano subjetivo lo reinterpretó. “La comunicación siempre está sujeta a interpretación”, rescata Muggeri como reflexión del ejercicio. Los chicos se ríen y escuchan. Entienden la idea del ejercicio. Ya se creó un clima de participación, se relajaron, se engancharon con la propuesta.
El facilitador larga la segunda consigna. Consiste en decir palabras que suelen escuchar con frecuencia en los medios masivos de comunicación para referirse a los jóvenes: “pelea, droga, adicción, crimen, agresión, alcoholismo, desalojo, violación, ocupas, desocupación, trapito, maltrato, robo…”, van diciendo sin vacilar. La lista es dura. Ahora con esas palabras Carlos pide que armen una noticia: “un joven alcoholizado y drogado viola a una mujer, maltrata, roba y agrede a un trapito borracho”.
“¿Estas son noticias que se podrían escuchar en la TV?”, pregunta el instructor. La respuesta contundente es sí. Entonces, esto es como los medios dicen que los jóvenes viven. La pregunta para los chicos es: ¿porqué?. “Exageran la noticias y, a veces, no exageran cuando les conviene”, dice uno y señala una cadena de causas: “el delito aumenta la audiencia, más rating, más plata”. La reflexión que surge es que los medios estigmatizan a los jóvenes de barrios pobres para ganar más dinero.
Hay un silencio raro y algunos ya se distraen en el celular y bromean con un compañero. Carlos propone la segunda parte del ejercicio: “¿Qué cosas te gustaría que se muestren de los jóvenes de tú barrio?”. Inmediatamente se escucha: “y, todo lo contrario”, dice uno. “Que no hay peleas”, dice otro; “Qué salieron de la droga”, agrega otro más. La lista se va armando: buenas personas, deportistas, trabajadores, estudiantes, ayudar, colaborar, recuperación, rehabilitación, autónomo, educado”. Arman otra noticia que dice: “Un joven que es buena persona trabaja, ayuda y estudia, colabora en el desarrollo del deporte”.
Hay otras noticias que se construyen a partir de otras miradas. “Las noticias de los barrios están yendo en otro sentido a las de los grandes medios”, señala el instructor y destaca que los chicos pueden demostrar que los jóvenes del barrio Los Troncos tienen otras noticias para dar. Los pibes lo saben, se dan cuenta. Tienen claro que no son todos “malos”, que son muchos más los que se esfuerzan por superarse y alcanzar una mejor calidad de vida.
En el final del taller la propuesta es escuchar un cuento del libro “Los otros cuentos”, que compila relatos del Subcomandante Marcos. “Los de después sí entendimos” es el título de la historia escrita por indígenas mexicanos que cuenta como un hombre se dedicó a sembrar árboles que tardaban muchos años en crecer. Algunos de sus compañeros lo tildaron de tonto y de necio por no sembrar algo que pudiera ver antes de morirse, pero los hijos y los nietos vieron el fruto de su trabajo. “El bosque son los jóvenes”, dijo Carlos como moraleja y señaló que el Taller Fátima es una apuesta a futuro. Cuidar la vida, cuidar la naturaleza, vivir mejor. Y dejó una pregunta abierta: “¿Qué podemos hacer para generar un futuro mejor?”.
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