Los nuevos
tiempos han incorporado sus pautas laborales que han desplazado parámetros
anteriores. Así, la cultura del trabajo parece haber quedado debajo de la
alfombra. Mientras que en la década del ´90 la desocupación hizo mella sobre
las clases populares, en la actualidad varias generaciones se han educado en
familias en las cuáles sus padres y abuelos nunca han ingresado al sistema
laboral. El 'vivir de changas', el trabajo en negro o bien la desocupación
fueron y son el modelo imperante de millones de niños que al alcanzar la
adultez no incorpora el trabajo como valor.
En antaño
quedó el modelo de los inmigrantes de principios del siglo XX que
progresivamente construían con esfuerzo y sacrificio su vida social, económica,
familiar y laboral. ¿Qué ha
sucedido con los valores que imprimía la cultura del trabajo? ¿Cuáles son los
nuevos parámetros? ¿Cómo contribuyen los sectores públicos y privados a
recuperar la vida laboral?
El análisis
quizá debería centrarse en cómo es abordado en la actualidad el valor del
trabajo desde la sociedad, el estado y el sector privado. La Lic. Marisa Failla
de García Remonda, Presidenta de la Fundación de Inclusión Social Sustentable,
considera que el trabajo ha perdido su sentido ético . 'Hay que devolverle al trabajo
su sentido ético para poder emprender acciones concretas que promuevan la toma
de conciencia sobre el verdadero significado de la cultura del trabajo. Es
necesario ubicar el trabajo como un factor de dignificación del ser humano, una
dignidad construida con esfuerzo, dedicación, compromiso y responsabilidad'.
Entonces, el
concepto de sacrificio, ¿debería reconstruirse? El progresar de a poco y paso a
paso, ¿es un proceso evolutivo de otra época? Quizá la mejor forma de
comprender el concepto sea establecer que el valor trabajo no es un medio de
vida sino un modo de vida. La inclusión laboral implica no sólo la
dignificación de un ser humano, sino una vocación, la forma más legítima de
progreso y un modelo educativo eficaz para las nuevas generaciones.
Así, lo
demostró en la Argentina la oleada inmigratoria de principios del siglo XX.
Esta generación de italianos y españoles que llegaban al país, y que en muchos
casos llegaban solos dejando a sus familias en sus países de origen, no sólo
apostaban por un destino personal sino que reivindicaban valores colectivos
como la construcción de una nación. No exigían inmediatez sino un proyecto a
largo plazo, no creían sólo en sí mismos sino en el trabajo en equipo y tenían
la sabia paciencia de los que se sacrifican día a día. Si faltaba el alimento
no dudaban en plantar su quinta o mancomunar esfuerzos entre familiares, amigos
y vecinos, La noción de lo colectivo y de una actitud productiva era una
constante en su día a día.
El ejemplo
más representativo de este modelo quizá sea el de los ferrocarriles. Las
compañías de origen inglés y francés le imprimieron a la Argentina una cultura
del trabajo que unió el país entero a través de cada estación de tren que
lograba el desarrollo social, productivo, cultural y económico de innumerables
pueblos del interior del país. Cuando el ferrocarril pasa a manos estatales, el
fin fue inevitable, y con este desenlace muchos de aquellos sitios cayeron en
la línea de pobreza y jamás llegaron a recuperarse plenamente.
Entonces, si
para hablar de éxito laboral en la Argentina debemos apelar a viejos tiempos,
¿qué le sucedió con las nuevas generaciones? ¿Por qué para hablar de progreso
tenemos que volver al pasado? La Argentina, en ese sentido es un caso notable,
para hablar de un futuro próspero habría que volver a las fórmulas de
principios del siglo pasado.
Lograr que
las nuevas generaciones se eduquen en torno a la cultura del trabajo es un
valor fundamental para el progreso de un país. No sólo alcanza con disminuir el
desempleo sino que los jóvenes deberían ser capaces de creer y luego poder
vivir una vida laboral en la cual la paga no sea la única motivación, sino
incorporar al trabajo como un valor cultural imprescindible para el desarrollo
humano.
Pero quizá
no sólo la sociedad civil sea la única responsable. Si el Estado se muestra
deficiente en su propia estructura laboral o si los sindicatos en lugar de
dignificar al trabajador operan para 'alcanzar el poder' o bloquear diarios, la
cultura del trabajo como objetivo se hace invisible.
Entonces, el
ciudadano deberá ser quien tome las riendas para recuperar un valor que
dignificaba y hacía del país un lugar en el cual el sacrificio era el único
vehículo del progreso.
Fuente: www.vidapositiva.com
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