Todo el santo día se escuchaba por las aulas
la misma cantinela: "cállense, siéntense, copien, copien, copien, repitan,
repitan, repitan". Los niños se aburrían sobremanera, y se la pasaban
mirando el reloj, esperando el timbre de salida para salir corriendo de aquel
fastidio.
Parecía que todo lo interesante de
la vida ocurría fuera de los muros de la escuela.
Un día la maestra de uno de los
cursos se enfermó, y no hallando por todos aquellos contornos otra persona que
la sustituyera, trajeron a la costurera del pueblo. La buena mujer al principio
no quería aceptar la oferta alegando que no estaba preparada para la tarea
docente, por lo que sólo podía enseñarles lo que ella sabía hacer: ¡coser!
El director, que no quería dejar a
los niños sin clase, la convenció por fin, sugiriéndole de que intentara, por
lo menos, tenerlos entretenidos hasta que se incorporara la maestra titular.
El primer día de clase, la costurera
propuso a los niños: "chicos, hasta que vuelva su maestra vamos a hacer un
vestido". Los organizó en grupos de dos, y pasito a pasito, durante 8
semanas, fue convirtiendo la clase en un taller de costura: primero hicieron el
dibujo del vestido que querían crear, para lo cual buscaron ideas en revistas y
en Internet; luego eligieron las telas y los colores; después aprendieron a cortar
las mangas, el cuello, el talle, la solapa; y, finalmente, aguja en mano, se
dedicaron a coser.
Al cabo del tiempo, de las manos de
aquellos niños fueron apareciendo los vestidos,... ¡Se sentían tan orgullosos!
Decidieron entonces hacer una jornada especial, e invitar a los otros cursos
para que conocieran los resultados de su trabajo.
Lo curioso del caso es que durante
el tiempo en que estuvieron con la costurera, las horas en clase pasaban
superveloces, y los chicos y chicas se veían felices, trabajando juntos y en
sana convivencia bajo la guía de la mujer.
Cuando la maestra del curso se
reincorporó, y supo lo que estuvieron haciendo los chicos en su ausencia, se
alarmó pensando que habían perdido el tiempo, y que el año escolar estaba
avanzado, por lo que no se podían dar todas las unidades del programa:
"Vaya error, pensó, ¡bonita forma de perder el tiempo en clase!"
Coincidió por esos días que llegó a
la escuela un buen caballero de la administración que empezó a hablar de una
cosa extraña llamada competencias básicas. Evaluaron los cursos, y en especial,
al grupo de la costurera, y se dieron cuenta de lo mucho que habían aprendido
los alumnos con la modista:
Competencia matemática: medir las
telas, los números enteros y los números décimales, calcular el precio de los
implementos de costura, etc.
Competencia artística: el diseño del
vestido, los colores, el dibujo previo, etc.
Competencia de interacción con el
medio: los vestidos acordes con la estación, las edades, la condición social,
las telas según su origen por países o regiones, etc.
Competencia social: el trabajo en
grupo, los valores del compromiso, la constancia, etc. El uso social del
vestido según las modas y costumbres.
Competencia de aprender a aprender:
seguir instrucciones, dibujar un bosquejo, cortar, coser, seguir un modelo,
investigar y preguntar, corregir, etc.
Competencia lingüística: nuevo
vocabulario relativo a la costura y al mundo del vestido: cuello, manga,
dobladillo, talle, traje de primavera-verano, otoño-invierno, moda, etc.
Competencia de autonomía e
iniciativa personal: a través de la costura de su propio diseño aprendieron a
ser autónomos con sus ideas, a tener iniciativa, a crecer en autoestima y
seguridad personal.
Competencia digital y tratamiento de
la información: consultar información en el ordenador para inspirarse en el
diseño de su traje, localizar las páginas con información útil, etc.
El administrador, que era un señor
con gafas y gesto bonachón, felicitó a la buena costurera por su labor con los
niños, a lo que ella respondió: "sólo me limité a enseñarles lo que mejor
sé hacer: ¡vestidos!"
Por orden del director, la costurera
se quedó en la escuela por un tiempo, y dio un taller a los maestros sobre sus
nuevos métodos de enseñanza, donde además se sirvieron unos pastelitos que
pusieron a todo el mundo de buen humor.
Y colorín colorado, esta historia no
ha acabado, esta historia no ha hecho más que empezar.
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