En la antigüedad los romanos, a
quienes debemos el origen de esta palabra latina opificium, derivada a su vez
de la yuxtaposición de las palabras – también latinas- opus ‘obra’ y facere
‘hacer’, de las que después se derivó el nombre de opificis “artesano”; decían
que toda persona culta, debía conocer y dominar, además de un arte, un oficio.
Personalmente no olvido las palabras de mi abuela paterna
que me decía que, además de estudiar una profesión, era importante el que todos
aprendieran un oficio y recordaba algunas reflexiones de Isaac Newton quien
decía que “Cuando la hija astronomía no tenía que comer, la madre astrología se
las ingeniaba siempre para asegurarle el sustento”, aludiendo a que en su
tiempo, la ciencia no era tan bien pagada como la magia y los presagios.
Los oficios, dentro del vasto mundo de las profesiones, son
trabajos-arte que permiten a una comunidad, no solo resolver de forma inmediata
sus apremios o necesidades regulares, inmediatas o primarias, sino que además
poseen otras virtudes:
1.- Brindan la seguridad de un empleo a todos los miembros
de una comunidad, sobre todo en tiempos de inestabilidad económica en donde lo
accesorio y el lujo necesariamente se convierten en bienes suntuarios.
2.- Recobran y mantienen la virtud de la austeridad como un
buen hábito social en donde se usa y consume solo lo verdaderamente necesario y
se saca provecho al máximo de los bienes disponibles, dotando a la comunidad de
una cultura autocrítica, de ahorro, de innovación y eficiencia
3.- Proporcionan
identidad y sentido social, pues al ejercicio colectivo de una práctica
determinada, le siguen un sano proceso de competitividad y mejora continua, la
identificación y selección de la mejor de sus prácticas y la especialización y
sentido de orgullo por lo mejor hecho.
En la Edad Media, cada ciudad, cada villa o burgo europeo
adquiría el nombre de su vocación esencial o primaria y aún hoy en día, cuando
uno piensa en cualquier ciudad o país del mundo, le vienen a la mente sus
principales obras y productos, de tal forma que incluso llegamos a decir que
quien va a un lugar determinado y no come, visita, conoce o disfruta tal cosa,
es como si no hubiese estado ahí.
El mundo enfrenta un momento de crisis sin precedentes y en
nuestro país, pese a los blindajes macroeconómicos, diversos Estados y ciudades
se encuentran en condiciones económicas delicadas que deben enfrentarse de
forma inmediata, a riesgo de que, de no hacerlo podrían colapsar totalmente. En
medio de este fenómeno, uno podría especular diversas salidas pero la natural,
la históricamente probada y aquella que deberíamos estar ya recobrando son
nuestros oficios.
“El horno no está
para bollos”, es momento de volver a la mesura y la sensatez del remiendo, del
buen uso, de la prudencia, del ahorro, del trabajo meticuloso cuidado,
supervisado a vista directa y garantizado por la mano especializada y diestra,
aquel que recobrará nuestra atención y servicio personal. Es momento del buen
oficio, así que: “zapatero a tus zapatos”.
Fuente: Milenium
No hay comentarios:
Publicar un comentario