En la
semana, Ana -de 15 años- se levanta cerca de las 7 para poder llevar a su
hermana al jardín de infantes, y para llegar a tiempo de dejar los tuppers en
el Comedor Padre Daniel de la Sierra, que luego retirará llenos de comida
cuando salga del colegio al mediodía. Una vez en su casa, su primera
responsabilidad es barrer y cuidar de sus hermanos menores: Paola y Arnaldo, de
1 año y 3 meses. Sólo después de haber cumplido con esas tareas puede descansar
o jugar una hora en la computadora. Porque junto a su hermana mayor, Liz,
también le toca hacerse cargo de otras actividades: lavar la ropa, los
cubiertos y platos, el baño, limpiar el cuarto y cocinar.
"Nunca
traigo tarea porque hago todo en el colegio. Después de limpiar juego un rato
en la computadora. Pero primero me toca la limpieza", dice esta joven
tímida, de mirada huidiza, que vive en la villa 21-24 de Barracas, junto a su
madre, su padrastro, sus 3 hermanos, un primo y el padre de su padrastro,
mientras se recupera de una operación.
Aunque a sus
padres -y a la sociedad en general- les parezca razonable que ellas ayuden en
la casa, en el caso extremo de Ana y Liz la organización familiar las obliga a
ser víctimas de trabajo doméstico intensivo (TDI). Lamentablemente, las
consecuencias en las vidas de los niños son tan trágicas como cuando realizan
actividades económicas: riesgos en la salud, retraso o abandono escolar,
consecuencias psicológicas al tener que asumir responsabilidades de los adultos
y pérdida de espacios de ocio y recreación.
Porque
aunque existe una concepción ancestral que sostiene que es formativo que los
hijos colaboren en los quehaceres domésticos, es preocupante constatar en
cuántos casos ellos se convierten, directamente, en los jefes de la casa. Según
cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica
Argentina, son 701.695 los menores de 5 a 18 años que realizan trabajo
doméstico intensivo (el 7,8% del total). Esto quiere decir que en sus hogares
son los responsables de llevar a cabo todas las siguientes tareas: atender la
casa, hacer la comida, cuidar a sus hermanos, hacer las compras, juntar agua o
buscar leña. En villas y asentamientos, este porcentaje se eleva al 15,3%
-porque permite liberar mano de obra adulta para generar mayores ingresos-,
mientras que en el trazado urbano medio se reduce al 3,9 por ciento.
"El
trabajo infantil doméstico es el que menos se ve y el más difícil de erradicar
porque tiene que ver con una estructura familiar y con el género. Para
revertirlo hace falta hacer una intervención familiar y también trabajar con la
escuela. No está ligado directamente a un tema económico, pero es el que
permite que los padres puedan trabajar", sostiene Soledad Gómez,
responsable del Área de Inclusión Social de la Asociación Conciencia.
Al ser un
fenómeno naturalizado socialmente y que se transforma en una vulneración de
derechos en función de la intensidad y las privaciones que acarrea, el trabajo
doméstico intensivo es difícil de detectar, pero también de medir. Según la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) se considera TDI cuando se
realizan tareas domésticas con una duración de más de 3 horas diarias o 15
semanales en los niños menores de 16 años y de más de 6 horas diarias o 36
semanales entre los 16 y 18, afectando el acceso, rendimiento y la permanencia
en la escuela, y el desarrollo físico y psicológico de los niños y
adolescentes. Otras variables para tener en cuenta es si constituye una tarea
riesgosa o no, la responsabilidad que asume según su edad, si hay o no presencia
de un adulto y la percepción de remuneración.
"Nunca
dejé a mis hijos en una guardería porque confío más en mis hijas. Yo les
explico qué tienen que comer, qué remedios tienen que tomar los más chicos y a
qué hora le tienen que cambiar los pañales. Por eso mis hijos nunca se
enfermaron", dice María Juana, de 34 años, madre de Liz y Ana, que recién
hace 5 se vino a probar suerte desde Paraguay. Hoy, la familia se sostiene gracias
a los $ 1500 que reciben del plan Ciudadanía Porteña y de los $ 2000 promedio
por mes que saca el jefe de familia de su trabajo de albañil.
Liz no tuvo
más opción que empezar a ocuparse de la casa cuando sólo tenía 7 años. De un
día para el otro, tuvo que abandonar las cocinas de juguete y dejar de
cambiarle los pañales a sus muñecas para transformarse en una ama de casa con
todas las letras y en la madre sustituta de sus hermanos. Ana recién empezó a
los 10, y hoy son las encargadas del hogar mientras sus padres trabajan. Como
es de esperar, los efectos secundarios en su educación no tardaron en llegar.
Liz está en 3er. año y a Ana recién la promovieron a 7° grado hace un mes.
Ambas presentan retraso educativo.
Datos del
ODSA muestran que son 367.166 los chicos entre 5 y 17 años que realizan TDI y a
su vez presentan déficit educativo, esto quiere decir que no asisten a la
escuela o lo hacen con sobreedad. "El trabajo infantil doméstico no afecta
tanto el rendimiento en la escuela, sino que se manifiesta en las llegadas
tarde, las inasistencias, en no poder asistir a las actividades de contraturno
como las deportivas o artísticas", afirma Magalí Lamfir, responsable de
Programas de la Asociación Conciencia.
"Este
mes voy a empezar a buscar trabajo, así que el año que viene Ana va a ir a la
tarde y Liz a la mañana, así las dos pueden cuidar a sus hermanitos cuando
salen del colegio y ocuparse de la casa", dice María Juana, mientras Ana
se queja porque dice que a la tarde hace mucho calor en el colegio y que va a
tener que cambiar de compañeros.
"Yo
directamente las dejo a ellas para que hagan, así cuando se vayan de casa ya
saben hacer", dice la madre, reforzando el supuesto aspecto educativo del
trabajo doméstico intensivo. Mientras tanto, Ana sigue soñando con hacer lo que
más le gusta: andar en bici, cantar, bailar y algún día, cuando sea grande, ser
peluquera.
***
Limpiar,
cocinar, planchar, realizar mandados, o cuidar a otros niños o ancianos no
resulta en sí peligroso ni una explotación para todos los niños que lo
realizan, pero se convierte en una violación de derechos cuando les demanda
todo el día y les impide ser niños: cuando obstruye el goce pleno de sus
derechos a educarse, ver a su familia, jugar o tener amigos.
"Una
cosa es el trabajo en casas particulares o para terceros, que está prohibido
por debajo de los 16 años, según la legislación vigente, y por otro lado el
trabajo infantil doméstico intrafamiliar. En este segundo supuesto no hablamos
de la colaboración en las tareas del hogar, sino de que la niña o el niño
asumen las responsabilidad del cuidado de sus hermanos menores o de adultos
mayores supliendo el rol de los adultos", sostiene María del Pilar Rey
Mendez, presidenta de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo
Infantil.
En términos
generales, el perfil de quienes realizan este tipo de tareas son niños de entre
6 a 17 años, en su mayoría mujeres (61,6%), que poseen escasa educación, que
proceden de familias muy pobres (en muchos casos monoparentales) y que,
generalmente, tienen madres que fueron trabajadoras domésticas antes de cumplir
los 18 años.
"En
nuestra población vemos más casos de trabajo doméstico que los demás, pero no
es excluyente. Un chico que es vendedor ambulante, cartonero o que trabaja en
la cosecha llega a su casa y también tiene que cuidar a sus hermanos. No es que
los padres son descuidados con sus hijos, sino que no tienen dónde dejarlos.
Esto sucede, principalmente, en las comunidades vulnerables, en la que los
padres tienen la necesidad de salir a trabajar y hacer changas", agrega
Gómez.
Respecto de
la situación laboral de los padres de los chicos que realizan TDI, sólo el 36%
tiene un trabajo estable, el 46% posee un trabajo precario, el 9,1% está
inactivo y el 8,5% era desempleado o con subempleo.
Este último
es el caso de Carla, que tiene 14 años y vive en una casa junto a sus padres y
sus 4 hermanos en Villa Soldati. Si bien ambos jefes de familia se encuentran
sin trabajo -su padre era albañil y su madre tiene un pequeño quiosco en casa-,
ella es la encargada de las tareas de la casa. Su rutina consiste en levantarse
cerca de las 11, desayunar y limpiar la casa hasta las 17 que va a la escuela
donde cursa el 1er. año en el Instituto Nuestra Señora de Fátima. En 2011 la
tuvieron que cambiar de escuela porque repitió de grado.
"Barro,
limpio la mesa, el baño, lavo los platos y cubiertos, arreglo la pieza de mi
mamá y cocino algunas veces. Lo tengo que hacer sí o sí. Si no lo hago me tengo
que ir a la casa de mi abuela. Mi mamá es muy nerviosa y cualquier cosa que
haga mal ella reacciona mal también, como que se enoja mucho", explica esta
joven que comenzó a colaborar en el hogar cuando tenía 5 años, a veces con la
ayuda de su madre, y sostiene que le gustaría terminar la secundaria para tener
su diploma y poder conseguir un buen trabajo.
***
Al igual que
sucede en el mundo de los adultos, los niños también tienden a naturalizar esta
realidad y no viven la realización de tareas domésticas como una carga o como
una imposición, sino como la posibilidad de contribuir en la organización
familiar. La mayoría de las veces, los niños frente a la pregunta de por qué se
hacen cargo de limpiar, cocinar, responden que es porque quieren, porque les
gusta, porque les divierte o porque quieren ayudar mostrando una mimetización
con los roles adultos.
"Cuando
era chiquito él cocinaba, venía cansado y yo le iba a hacer los mandados nomás.
A los 13 un día me dijo que aprenda a cocinar, miraba, le preguntaba cómo se
hacía. Un día le dije dejá que puedo hacerlo yo, me controlaba no más como lo
hacía, cuánto tiempo dejar las cosas y después solo ya empecé a cocinar. Lavar
la ropa; como tenemos lavarropas automático pongo pero no cuesta nada, es una
pavada; después tenderlo no más, es fácil", explica Carlos, de 16 años,
que vive con su abuelo en una casa en La Cava, Beccar, provincia de Buenos
Aires. En su relato, deja en claro que no siente que el tener que dedicar entre
4 y 5 horas de su día a las tareas de la casa sea nocivo para su persona, o
incluso un atropello de sus derechos.
Su padre
vive en Corrientes donde trabaja en una arrocera, su abuelo es albañil, su madre
atiende un quiosco en su casa y su padrastro es pintor. Su casa es de material
con pisos de madera y tiene dos dormitorios. Está en 4° año de la Escuela
Técnica N° 1 en Beccar, la que considera que es importante terminar porque
"quiero tener un buen futuro cuando sea grande y trabajar, tener un buen
progreso, ser alguien en el mundo y tener mi propia ropa".
Desde los 12
años Carlos es el encargado de limpiar la casa, lavar los platos, a veces
limpiar la mesa, barrer y baldear. Y si bien no reconoce que realiza trabajo
infantil doméstico, sí sabe que si no se ocupa de la casa, su abuelo lo
retaría, y que si él no lo hace, no hay nadie que lo reemplace. "Cuando yo
me enfermé la casa quedó sucia. Mi abuelo no limpió y mi mamá tampoco me
ayudaba. Una vuelta estuve rebelde y mi abuelo casi me echó de la casa",
recuerda Carlos, en un claro ejemplo de que el TDI no es exclusivo de las
mujeres, sino que en algunos casos también son los varones los responsables de
las tareas de la casa.
Lo mismo le
sucede a Franco, que tiene 17 años y vive en la villa 21-24 de Barracas, junto
a sus padres y hermanos de 15, 12 y 7. Sus padres están desempleados y salen a
cartonear todas las tardes por la zona de Caseros para recolectar cartón,
plástico y vidrio. Parten alrededor de las 16 y vuelven pasada la medianoche.
Empezaron con este modo de supervivencia cuando Franco tenía 10 años y así fue
como se convirtió en el responsable de la casa. "Cuando eran más chicos
los llevaba conmigo a cartonear, también porque les tenía que dar la
teta", cuenta su madre, Susana, que todos los mediodía colabora en el
comedor Padre Daniel de la Sierra, en el anexo que tienen para diabéticos e
hipertensos. Como contrapartida, la dejan llevarse la comida de todos los días
para la familia.
Si bien
tiene el almuerzo y la cena resuelta, Susana sufre el no poder comprarle ropa o
darle una mejor calidad de vida a sus hijos. Cobra $ 1300 del plan Ciudadanía
Porteña y saca cerca de $ 30 por día con el cartoneo.
En la
dinámica familiar, Franco oficia las veces de adulto y se encarga de cuidar a
sus hermanos, cocinar y hacer los mandados. Todos van caminando juntos a la
escuela N° 7 por la mañana y por las tardes se los puede ver deambulando por el
barrio. "Franco tiene 17, está recién en 2° año. Lo que pasa es que se
atrasó mucho porque tuvo cuadros de desnutrición cuando era chico",
intenta explicar su madre, que cuando puede dice que les deja hecha la comida
para la noche, pero que si no se ocupan ellos.
"El
trabajo infantil doméstico va de la mano de la pobreza, de la mala educación,
del no acceso a la información, de la mala atención de la salud. Es una pobreza
estructural porque la mayoría de los padres también fueron trabajadores
infantiles. Es una problemática transversal que tiene que ver con la
alimentación, con la higiene, con el trabajo, con la educación y con la
recreación", agrega Flores, a la vez que rescata que hace 10 años no se
hablaba de trabajo infantil y ahora los padres por lo menos saben que está mal.
La toma de
conciencia es el primer paso para cualquier cambio sustancial. Ahora sólo resta
transformar estos conceptos en actos, para que en los hogares, los niños sólo
se dediquen a jugar, estudiar y ser felices.
PARA SABER
MAS
Asociación
Conciencia
www.conciencia.org
Comedor
Padre Daniel de la Sierra
grupopadredelasierra@yahoo.com.ar
Proniño
www.telefonica.com.ar/pronino/
Observatorio
de la Deuda Social Argentina
www.uca.edu.ar/observatorio.
Fuente: La Nación
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