Las
dificultades que enfrenta la juventud latinoamericana para transitar desde la
educación al empleo (y desde la dependencia hacia la autonomía económica) son
conocidas. Por cierto, hay fuertes
brechas al interior de la propia población joven según origen socioeconómico,
espacial y étnico-racial en cuanto a sus logros educacionales (años de escolaridad,
conclusión de ciclos formales) y a sus aprendizajes efectivos en la
escuela. Estas brechas determinan en
fuerte grado sus trayectorias ocupacionales posteriores, lo que estructura o
reproduce fuertes desigualdades a lo largo del ciclo de vida y de una
generación a la siguiente.
La educación
constituye el principal mecanismo para acumular capital humano y tener buenas
oportunidades de acceso al empleo en las trayectorias de vida. A la vez es el expediente para contar con
tasas de retorno a lo largo de la carrera laboral, que impliquen ingresos y
consiguiente acceso a bienestar. Y cada
vez más, capital cultural y capital humano son los activos para participar de
los códigos culturales que hacen de fuelle entre tradición y cambio, ejercer
ciudadanía activa y comunicarse en la sociedad de la información. Poca o mala educación es, por tanto,
aguafiestas de la inclusión social.
En términos
gruesos, el nivel decisivo para considerar la actual relación entre logro
educativo y movilidad sociolaboral en América Latina, es el del ciclo
secundario y su conclusión. Allí está,
además, el mayor problema, porque las brechas se hacen mucho más fuertes en
este nivel. Los datos son elocuentes y
revelan la enorme brecha en logros educativos.
A excepción de la variable de género, en que hoy las mujeres ya tienen,
en promedio, más logros educativos que los hombres jóvenes, el resto habla por
si solo: en el primer quintil el porcentaje de jóvenes de 20 a 24 años que
concluye educación secundaria en América Latina es poco más de una cuarta parte
en relación al porcentaje que lo hace en el quinto quintil1 ; y en zonas
rurales, mientras el porcentaje de conclusión de este nivel entre no indígenas
ronda la mitad del promedio a nivel total, en el caso de los indígenas rurales
en este tramo etario el porcentaje es aún más bajo (ver gráfico 1).
En términos de la conclusión de la educación
universitaria, si bien son niveles bajos en todos los grupos (salvo hijos de
padres con universitaria completa y en menor medida, en hogares del quinto
quintil), las brechas son proporcionalmente aún mayores. Con estos contrastes, es difícil pensar que
la educación hace de palanca de movilidad social, de igualación de
oportunidades y de compensación a las desigualdades de origen. La reproducción intergeneracional de las
brechas es lo primero que se tiende a pensar ante estas evidencias.
Porcentaje de conclusión del nivel secundario superior entre jóvenes de 20 a 24 años según condición de nivel de ingreso per cápita y según sexo. América Latina (18 países), alrededor de 2008 |
La
conclusión de secundaria es un umbral decisivo para las perspectivas de
movilidad sociolaboral a lo largo de la vida activa. De una parte, y mediando que los aprendizajes
sean acordes con el nivel, supone un umbral de adquisición de competencias
generales y desarrollo de capacidades que prepara para la vida productiva. De otra parte, implica una credencial fuerte
que el mercado de trabajo premia de manera significativa, marcando una
diferencia significativa el tener o no tener dicha credencial. Y si bien en una
década y media (entre 1990 y 2006) el porcentaje de jóvenes que culminaron la
enseñanza secundaria completa pasó de 27% a 51% en América Latina, estamos muy
lejos de consagrar por vía educativa una dinámica universal de movilidad
ascendente.
Autor: Martín
Hopenhayn es Master en Filosofía por la Universidad de París. Posee una vasta trayectoria en docencia en
América Latina y publicaciones en temas tales como cambios de paradigmas del
desarrollo, impactos socioculturales de la globalización, políticas
educacionales, situación de la juventud y cohesión social. Actualmente es
director de la División de Desarrollo Social de la CEPAL.
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